Originally published at Diario de Mallorca
2 March 2022
By Pere Joan Pons Sampietro
La mañana del viernes 25 de febrero de 2022 me levanté en Viena para asistir, como presidente de la Delegación Parlamentaria del Congreso de los Diputados y el Senado, a la segunda sesión de la Asamblea Parlamentaria de la Organización por la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE).
La última vez que estuve ahí fue justo antes del inicio de la pandemia y, tras dos años justos, asisto a esta reunión en el primer día de escala militar en Ucrania. La unidad ha sido la respuesta a un ataque que nos condena a recordar que la paz europea que hemos conseguido desde la Segunda Guerra Mundial y que se ha ido construyendo con el proyecto de la Europa de los 27 se puede perder en una noche a sangre, bombas y fuego. Algo que creíamos parte del pasado, es hoy una amenaza más real que nunca.
La cuasi totalidad de los países miembros -a excepción de Rusia y sus aliados- hemos condenado la violación de Ucrania, de acuerdo con la carta de Naciones Unidas, y pedido el cese de la escalada militar y el respeto de la legalidad internacional, además de la protección de la población civil según lo que establecen las cuatro Convenciones de Ginebra de 1949 relativas al Derecho Internacional Humanitario.
Y lo hemos hecho en un marco, el de la OSCE, que es casi el único espacio de diálogo en el que, por cierto, los miembros parlamentarios rusos han participado de las discusiones durante estos dos días. Pese a la violencia, han estado allí varios de sus representantes. Uno de ellos, el parlamentario Tolstoi (coincidencias malditas de la historia) intervino telemáticamente el jueves, pocas horas después del inicio de la agresión militar, para certificar que «los ataques eran únicamente para frenar el avance de los terroristas y contra elementos militares».
La respuesta de la Asamblea ha sido inmediata: condena a ese ataque. La OSCE es, en todo caso, la única organización que sienta a rusos y ucranianos, a norteamericanos y europeos, a bielorrusos y a turcos y a canadienses para hablar de la seguridad en el espacio europeo. Es un espacio de diálogo en búsqueda de la paz y la seguridad en un territorio de 55 países y más de 1.000 millones de personas.
En este espacio que representa a millones de ciudadanos, durante la sesión del viernes, recibí en el grupo de whatsapp de la Comisión de Economía, Ciencia, Medio Ambiente y Tecnología que presido, un mensaje de mi vicepresidente, Artur Gerazymov, que advirtiendo -como ciudadano y parlamentario ucraniano- de lo que acabó produciéndose.
«Here WAR. Real full-scale WAR. Including aviation and missiles». Su mensaje ha sido como volver al mundo de ayer, en el que Francis Fukuyama nos dijo que nunca íbamos a estar. El fin de la historia que se nos prometió no existe. Un mundo, el de hoy, en el que el único representante ucraniano que asistía presencialmente ha tomado la palabra para decir que no sabía si nos volveríamos a ver, que no sabía si podría estar pronto con su familia, y que desconocía cómo estaría su mujer, que estaba cerca de Kiev. Ha sido un momento de tensión emocional que nos ha hecho ponernos en pie, aplaudir e incluso llorar como ciudadanos europeos que estamos a pocas horas en avión -incluso en carretera- de un país agredido e invadido.
Muchos analistas han explicado estos días los pasos que ha dado Putin, un hombre que, por encima de todo, utiliza la nostalgia de un imperio que se siente permanentemente humillado para reinventar un relato que ahora afecta a Ucrania, pero que en realidad al destino común europeo consolidado en los últimos 70 años. Europa es la que más se juega en este nuevo escenario.
La invasión a Ucrania simboliza el fin de un tiempo de paz, pero también que las democracias están en juego. Si el mundo iliberal, el que desprecia las reglas y la legalidad internacional y que además se apoya en la fuerza no recibe respuesta, nuestras democracias se irán debilitando cada vez más. Y cuando las democracias se debilitan, aparecen cada vez más Putins de turno para seguir erosionando el sistema democrático que nos hemos dado y que tanto cuesta preservar.
Pensábamos que habíamos salido casi de la era de la pandemia y nos encontramos en el tiempo de una nueva guerra. Ucrania nos debe hacer recapacitar, porque no deja dudas: alumbra que lo está en juego es el proyecto europeo de paz, seguridad y libertad. Y, sin duda, el de un mundo de democracias liberales fuertes y que permitan profundizar en un mundo de libertades, seguridad, prosperidad e igualdad.
No hay que engañarse. Putin amenaza a Ucrania, pero, sobre todo a la democracia. De salirse con la suya, la gran perdedora será nuestra gran identidad basada en valores universales que hoy se juegan en un campo de batalla desconocido para muchos de los que nunca hemos visto una guerra tan cerca de nuestras vidas.